Cuando en Chile comenzaba a sonar el nombre de Gabriel Boric, como candidato presidencial, muchos amigos venezolanos que emigraron al país austral, a raíz de la crisis social, moral y económica que vivimos en Venezuela, se alarmaron y comenzaron a buscar señales de una posible repetición del nefasto modelo autoritario implantado en nuestra tierra caribeña.
En cierta forma los venezolanos somos muy susceptibles a los cambios políticos abruptos que nos recuerdan la llegada del caudillo de Sabaneta al palacio presidencial de Miraflores. En ese tema en particular muchos tenían la sensación de estar ante una repetición y la terrible idea de conocer al menos un posible futuro para Chile los motivó a alertar a sus amigos chilenos sobre los peligros políticos que se veían en el horizonte. Así como lo hicieron los cubanos con nosotros los primeros años del siglo XXI, cuando Chávez le daba certeros golpes a la institucionalidad del país.
Venezuela no es Cuba, le decíamos a los cubanos quienes con sabías palabras nos dibujaban el horrendo panorama que avisoraban. Evidentemente ni Venezuela es Cuba, ni Chile es Venezuela, ni Colombia es Venezuela, cada país tiene sus particularidades, semejanzas y diferencias que marcan variables en el hecho político de transformación que estamos viviendo en el continente. Pero también hay rasgos comunes que podemos identificar, porque forman parte del fenómeno en sí mismo, más allá de las características de cada lugar donde este se produce.
La polarización se profundiza
De manera general y con diversos matices debido a la idiosincrasia de cada pueblo, a su historia, a las formas de sus instituciones, nos vamos a encontrar con aspectos comunes. Por ejemplo la polarización política. En Venezuela fue extrema, afectó a la familia y penetró todos los espacios de la vida ciudadana. A tal punto que amigos, hermanos, padres e hijos se distancian o acercan más por su identificación política que por su nexo filial. “Era una buena persona, pero se volvió escuálido o chavista”, se oía en todo momento. Una polarización similar se ve también en Chile, no tan intensa, evidente y abierta, porque los efectos de la dictadura de Pinochet, sumado a las limitaciones de lo políticamente correcto descrita por Elisabeth Noelle-Neumann en su teoría sobre “La Espiral del Silencio” atenúan la expresión pública de la polarización, pero está presente y se observa cada vez más. En Colombia, país muy similar a Venezuela, la polarización se expresa también con mucha claridad. La división de clases, sociales, de apocalípticos e integrados como lo plantearía Umberto Eco, en un análisis sobre otra temática, dibuja en cierta forma el enfrentamiento entre los definidos por unos como “resentidos progres” y los llamados como “continuistas fachos».
Sin importar la posición económica, cada quien asume la forma como quiere entender la realidad y se alista en el bando donde encuentra mayores coincidencias (progre o facho) o por el contrario trata de permanecer más o menos imparcial. Poco a poco y obviamente dentro un inmenso abanico de posturas que van desde las más conciliadoras hasta las más extremas, la persona va asumiendo la verdad ideológica como su propia verdad y ese prisma distorsiona su capacidad de comprensión de cuanto ocurre y obviamente de reacción. Una polarización muy profunda puede dar píe a hechos violentos.
La economía se tambalea
La huida de los capitales, la devaluación de la moneda, el empobrecimiento de las clases populares, la percepción de una crisis económica que se agudiza cada día, son hechos que ya vienen pero que se van a escalar durante el nuevo régimen. Que como respuesta creará un discurso esperanzador, que identifica esos males económicos como circunstancias que serán superadas y que forman parte de la herencia del gobierno anterior.
Ante la crisis la promesa de cambio se fortalece. Se ofrece superar todas esas desventajas económicas, pero en un marco de justicia social, bajo lemas de solidaridad, amor, encuentro, superación, que son alternados con discursos de confrontación contra quienes van a identificarse como los culpables de la situación desfavorable. Todo esto ocurre mientras se incrementa el gasto público, lo que contribuye a extremar la crisis de la cual se ha prometido salir.
Ni siquiera todos los petrodólares de Venezuela pudieron frenar el daño del despilfarro gubernamental durante al menos una década. En esto juegan un papel importantísimo las instituciones del estado, si son lo suficientemente fuertes para contener los desafueros y los mecanismos de control funcionan, es probable que no lleguen a los extremos de Venezuela.
El superenemigo y la constituyente
Ya en el ámbito de las estrategias políticas vamos a encontrar un hecho común predominante: la definición de un enemigo. En el caso de Venezuela esto fue muy marcado, por cuanto el nuevo régimen estaba conformado en su mayoría por una cúpula militar, junto a una intelectualidad y sectores de izquierda que venían influenciados por los conceptos maoístas de revolución, basados en la disciplina, los cuadros, los mandos, el jefe político, el partido, la milicia; toda una estructura vertical de toma de decisiones que se justifica a partir de la idea de lucha contra un enemigo superpoderoso.
Como ya es tradición en Latinoamérica el superenemigo más idóneo para esta estrategia lo conforman los Estados Unidos, poder imperial que promueve una forma de vida, junto a quienes son identificados como promotores de ese modelo de sociedad; ricos, oligarcas, clase social dominante, cuicos, favorecidos, burgueses, etc. Catalogados como los representantes criollos de los intereses imperiales, quienes defienden lo establecido, porque de esta manera defienden su propia existencia.
La idea del superenemigo tiene varios fines políticos, sirve para justificar la ineficiencia y el fracaso del nuevo gobierno que incumple con las promesas que hizo cuando ofreció un cambio. Es así como para justificar la gestión se acusa a la clase dominante de usar a través del constituido (Deep State) su superpoder de sabotear las políticas gubernamentales. Sirve también para solicitar en sus seguidores una especie de solidaridad automática y el apoyo en la lucha contra algo que se muestra de tal magnitud que sólo haciendo enormes esfuerzos podrá derrotarse, se avivan las teorías conspirativas.
En Colombia tanto la idea del superenemigo, como la expresión del resentimiento tienen un arraigo de vieja data. Desde la primera mitad del siglo XX grupos políticos, algunos de los cuales migraron al campo de violencia, utilizaron todo este complejo entramado ideológico. Pero en este caso específico la lucha no era desde el gobierno, sino desde la formación de un contrapoder cuya estrategia para hacerse del estado había sido armada.
A partir de aquí se justifica el planteamiento de realizar una constituyente, que transforme la estructura del Estado y permita equilibrar el poder o por lo menos disminuir el poder del superenemigo. Básicamente porque se considera que las actuales estructuras estatales funcionan más como un bloque hegemónico que mantiene los privilegios de la clase dominante. Ejemplos de esta estrategia la vamos a encontrar obviamente en Venezuela, pero también en Bolivia, Ecuador y ahora en Chile y esperemos a ver si Gustavo Petro la promueve en Colombia.
La rapidez del cambio político
La efectividad, velocidad, profundidad de la implementación del cambio y la permanencia del nuevo grupo político gobernante en el poder, dependerá del control que tenga el grupo emergente dentro del aparato institucional que ya se encuentra establecido. Al principio ese control es débil pero a medida que se producen cambios a partir de hechos concretos, son modificados aspectos simbólicos que determinan las relaciones de poder y se establece una nueva forma de hacer las cosas, el control va en aumento, hasta constituirse un nuevo hegemón.
En el caso Venezuela tenemos que la supremacía se estableció a partir del control militar. El chavismo estaba conformado básicamente por oficiales de distintas promociones y esa fue su plataforma de lanzamiento. No obstante encontraron resistencia en su primer intento por manejar a las fuerzas armadas, de hecho la primera confrontación que puso en riesgo la consolidación de gobierno de Chávez tendría su clímax durante el golpe de estado del 2002. Una vez derrotada la resistencia militar buscaron controlar paulatinamente otros poderes mientras se enfrentaban a una tenaz resistencia civil.
Esta política fue acompañada con el uso de la fuerza del Estado. Expropiaciones justificadas en el bienestar común, amenaza sobre la propiedad privada y la libertad individual, extensión de la injerencia del gobierno en áreas que no le son tradicionales. Sumada a la captación de aliados soportada por la promesa de privilegios o de la misma corrupción, forman parte de los hechos que promueven el cambio de los símbolos que rigen las relaciones de poder. Estrategia que en cierta medida también se ha utilizado en otros países en mayor o menor grado y podría formar parte del método de consolidación que podrían aplicar tanto Boric, como Petro.
Hasta dónde llegarán
Ahora tendrán Boric, o Petro esa capacidad de controlar de una manera tan determinante como lo hizo el chavismo, un área institucional que les permita generar un cambio estructural en la forma del poder, evidentemente eso está por verse. Probablemente tengan que ser mucho más atinados y certeros en el juego político orientado a la búsqueda de acumulación de fuerzas mientras establecen mecanismos de sustitución en los distintos niveles del estado. La constituyente para Boric es un hito vital en ese camino de consolidación. De aprobarse la nueva constitución el cambio se acelerará, de lo contrario el revés pone en peligro incluso el mismo proceso político de la izquierda que intenta materializar el descontento popular expresado en las revueltas de octubre del diecinueve. Varias deudas sociales viene acumulando Boric, la de la educación es una que puede pasarle factura pronto.
Petro está por iniciar su mandato, es muy probable que su estrategia sea mucho más cautelosa, pero el tiempo puede convertirse en una espada de Damocles. Aunque son muchas las acciones y estrategias que pueda desarrollar, desde ya podemos atrevernos a asegurar que en su contra tiene las desavenencias internas que tendrá que enfrentar. Una discusión de partida en todo este tipo de procesos será la de hasta dónde llegar, cuál será el aporte del movimiento político al cambio en Colombia y su rol histórico. Reformismo o Revolución, una visión ideológica que justificará la disputa interna entre radicales y moderados. Los partidarios afines se definirán claramente como sectores para defender sus posturas. Los radicales acusarán a los moderados de quinta columna y estos a su vez tratarán de imponer sus planteamientos basados en la lógica de la eficacia. En todo caso la búsqueda de la trascendencia política estará latente, a la par de la lucha por lograr la estabilización del modelo. A todas estas la corrupción también mostrará su cara, mientras en medio de las discusiones y los reagrupamientos políticos, los intereses se diversifican.
Esperemos que las variables que diferencian cada caso con el venezolano, tengan su efecto en la marcha de los hechos políticos y los malos augurios se difuminen, aparezcan las alternativas capaces de forjar nuevas realidades que mejoren las condiciones tanto de Chile como de Colombia.
Pável Mudarra
Periodista y Doctor en Ciencias Políticas
Egresado de la Universidad Central de Venezuela
Artículo de Opinión